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Islas Canarias, España.

César Manrique, el gran creador de Lanzarote

Lanzarote Effect

César Manrique, el gran creador de Lanzarote

No se puede entender Lanzarote sin conocer la figura de César Manrique. No se puede enamorar nadie de esta isla sin reconocer todo lo que el artista hizo por ella. Por eso no resulta extraño que tantos artistas, genios y creadores hayan sentido una conexión especial con esta tierra agreste de volcanes y luminosidad inabarcable.

Saramago, Vázquez Figueroa, Pedro Almodóvar y hasta el propio Sabina se perdió en alguna ocasión en sus playas y entre sus gentes discretas. Lo mismo le ocurre a Custo Dalmau, un artista enamorado de los negros, de los blancos, de los canelas y de los azules de la isla. 

El diseñador hubiera compartido con Manrique su pasión por Famara y, como él, no tiene ningún problema en saltar de Nueva York a la Caleta y disfrutar en ambos lugares como un niño. Lanzarote imprime carácter en quienes la adoptan como tierra propia. Crea artistas y estos le devuelven el favor inspirándose en ella para sus creaciones.

 

El genio de César Manrique

 

Regresando a Manrique, la genialidad del artista ha quedado patente en cada rincón de la isla. Cómo llegó César a ser el gran arquitecto, pintor y escultor que fue y cómo llegó a sentir la isla como una parte de sí mismo es una cuestión difícil de comprender sin conocer al hombre detrás del genio. Al joven, al adolescente, al niño…

 

César Manrique en Famara con sus hermanos

César nació en abril de 1919 en el Charco de San Ginés. De padre comerciante y abuelo notario, y raíces peninsulares por parte de ambos progenitores, César tuvo tres hermanos,  Amparo, Carlos y  Juana la menor de los hermanos. De sus días de infancia, César siempre recordaba la playa de Famara, su paisaje, la marea vacía y, sobre todo, sus impresionantes riscos. Fue en esa primera niñez donde se forjó a fuego su pasión por la naturaleza y su compromiso con su defensa. Realizó sus primeros estudios en la isla, pero cuando tuvo edad de comenzar a formarse en la Universidad se trasladó a la Laguna para estudiar Arquitectura Técnica, carrera que abandonó dos años después para ingresar en la Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid. Acabó sus estudios en tiempo y forma y regresó a la isla como profesor de dibujo y pintura. Poco después realizaba su primera exposición de pintura de la mano de su gran amigo Pepín Ramírez, que posteriormente sería uno de los grandes políticos de la isla y el que más impulsó sus creaciones.

En la década de los 20 el surrealismo se encuentra en su mejor momento y César Manrique funda la galería Fernando Fé, la primera no figurativa del país, y pone en marcha la vanguardia del arte abstracto. Ya se veía venir la estela del que sería un genio único. En aquellos años, comienza a realizar sus primeros murales en Lanzarote, como el del Aeropuerto de Guacimeta y el del parador de Turismo de Arrecife, y en la península, además de comenzar a exponer su trabajo en varios países.

En 1964 se trasladó a Nueva York donde expuso, entre otras, en la Galería Catherine Viviano y tuvo contacto con las corrientes artísticas norteamericanas. Llega al continente americano invitado por Nelson Rockefeller, que había adquirido algunas de sus obras pictóricas. Su experiencia allí fue crucial en su futuro artístico. El conocimiento directo del expresionismo abstracto americano, del arte pop, la nueva escultura y el arte cinético, influyó notablemente en su obra posterior.  Él mismo lo dijo:cuando regresé de Nueva York vine con la intención de convertir mi isla natal en uno de los lugares más bellos del planeta, dadas las infinitas posibilidades que Lanzarote ofrecía”. Y se puso manos a la obra, siempre con la ayuda inestimable de su amigo Pepín Ramírez, entonces ya presidente del Cabildo Insular.

Uno de sus primeros objetivos fue la conservación de la imagen más tradicional de la isla y convenció a los lanzaroteños de mantener sus viviendas como las idearon en la arquitectura tradicional sus antepasados, la carta de colores y la eliminación de vallas publicitarias, fueron otra decisión clave para preservar la imagen de la isla. No se trataba de ideas peregrinas gritadas al aire. Al contrario, la población hizo suyos estos preceptos de salvaguarda y conservación del paisaje.

Manrique se marcó como meta conseguir integrar el arte en el paisaje sin modificarlo. Es decir, no alterar la naturaleza, sino sacar lo mejor de ella, y esto lo consiguió a través de una serie de proyectos artísticos de carácter espacial y paisajístico, novedosos para la época, donde plasma su pensamiento plástico y ético.

 

Adaptar Lanzarote hacia un turismo sostenible

 

Manrique creó un ideario que denominó “Arte-naturaleza/ naturaleza-arte”. Una suerte de arte público integrado en el paisaje. Fruto de esta corriente son los Jameos del agua, el Mirador del río, el Jardín de Cactus  y las Montañas del Fuego intervenciones en la naturaleza vinculadas a la industria turística, siempre basadas en un diálogo respetuoso con el medio natural y  en la salvaguarda de los valores arquitectónicos de la tradición local aderezándola, eso sí, con concepciones modernas.

El objetivo final de estas intervenciones no era otro que mejorar la calidad de vida de los lanzaroteños y, sobre todo, dar a conocer al mundo la belleza de una isla que el artista consideraba única.

 

Casa Taro en Tahiche, fundación César Manrique

No hay más que ver el lugar que eligió para construir su propia casa, el Taro de Tahíche, un paisaje en el que reinaban las aulagas. Manrique consiguió hacer ver en su propio hogar que el erial que todos consideraban que era la isla, asolada por las erupciones volcánicas, en un verdadero microcosmos, un lugar lleno de vida y belleza, un paraíso marcado por la luz y los colores de la tierra.

César Manrique consiguió, con su peculiar talento artístico natural, la formación adquirida a través de sus viajes y sus estudios, pero sobre todo gracias a su instinto, ver antes que nadie todas las posibilidades de la isla de Lanzarote. Consiguió que millones de personas soñaran con visitar la isla y lo hizo cuando el turismo apenas ascendía a unos cientos de personas al año.

Por todo eso, no resulta raro que Custo se haya enamorado de esta isla, tanto como para disfrutar de ella en cada ocasión que su apretada agenda, le permite.

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